La nacionalización de los recursos estratégicos, la profundización de la reforma agraria, la autonomía de los pueblos originarios, una nueva Constitución, educación, sanidad, y vivienda para acabar con la desigualdad, promover la justicia social y consolidar los derechos laborales y civiles.
En la memoria, seguramente, dos discursos pronunciados por Allende en momentos claves, ambos improvisados. El primero, desde el balcón de la Federación de Estudiantes de Chile, con motivo del triunfo electoral, la noche del 4 de septiembre de 1970, y el segundo, emitido por radio Magallanes el 11 de septiembre de 1973, considerado su testamento político. En ambos, se apela a la responsabilidad, a la conciencia del pueblo chileno, a sus trabajadores, mujeres, estudiantes, campesinos e intelectuales. El 4 de septiembre, señala: Este triunfo no tiene nada de personal, y que se lo debo a la unidad de los partidos populares, a las fuerzas sociales que han estado junto a nosotros. Se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria, se lo debo a la humilde mujer de nuestra tierra. Le debo al triunfo al pueblo de Chile, que entrará conmigo a La Moneda.
La victoria alcanzada por ustedes tiene una honda significación nacional. Desde aquí declaro, solemnemente que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo gobierno, cumpliremos el compromiso que hemos contraído, de convertir en realidad el programa de la Unidad Popular. (…) Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria…
El 11 de septiembre, el pueblo chileno fue expulsado de La Moneda, perseguido, torturado y asesinado. En dicha ocasión, nuevamente Allende apela a la conciencia del pueblo chileno, para aprender de la historia, reivindicar dignidad y sentenciar: Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. (…) El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse (…) tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano; tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
Los sueños por construir un Chile nuevo, soberano, democrático y socialista se truncaron por una traición cocida a fuego lento a base de sabotaje, mercado negro, desabastecimiento, bloqueo y huelgas patronales, atizado por Estados Unidos, la CIA, el Pentágono y sus aliados. Se inauguró una larga noche de fascismo criollo. Los militantes de la Unidad Popular, dirigentes y responsables políticos, fueron tildados de terroristas, subversivos, enemigos de la patria, traidores. Perseguidos, perdieron la condición de seres humanos y pasaron a ser: perros, canalla comunista, alimañas marxistas leninistas. Se les negó el derecho a defenderse, el habeas corpus.
El odio y la sed de venganza, impregnó a los hacedores del golpe. Civiles de la Democracia Cristiana, Partido Nacional y Patria y Libertad brindaron con champaña mientras la fuerza aérea bombardeaba La Moneda. La derecha chilena mostraba su desafección democrática, cobardía política, aversión a las clases trabajadoras y el pueblo. En su vanidad, nunca aceptaron la derrota electoral de 1970.
La Unidad Popular logró, por primera vez en la historia de Chile, hacer confluir partidos de la izquierda marxista, con sectores medios progresistas, socialdemócratas, independientes, radicales laicos y cristianos por el socialismo. Su programa fue aprobado por unanimidad con anterioridad al nombramiento de Salvador Allende como candidato presidencial. Se le conoce como las 40 medidas del gobierno de la Unidad Popular. Hoy la mayoría siguen vigentes. Por su relevancia, cito algunas de ellas.
Supresión de los sueldos fabulosos, acabar con los gestores administrativos y traficantes políticos, honestidad administrativa, reforma fiscal, jubilaciones justas a todos los mayores de 60 años, seguridad social para todos, protección a la infancia, creación del ministerio de la familia, casa, luz y agua potable para todos, combate al alcoholismo, alquileres a precios fijos, reforma agraria, asistencia médica gratuita, rebaja en el precio de los medicamentos, no más ataduras al Fondo Monetario Internacional, pleno empleo, sanción a los especuladores, disolución de los grupos represivos de las fuerzas de carabineros, fin de la justicia de clase y creación del instituto nacional del arte y la cultura. Ninguno de ellos ha sido puesto en práctica por los gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría, dizque herederos de la Unidad Popular.
Por el contrario, Chile se ha trasformado en uno de los países de mayor desigualdad. El latifundismo campa a sus anchas, la educación se privatiza, el hambre y la desnutrición afectan a la población infantil, el FMI controla la economía chilena con sus políticas neoliberales de austeridad y ajuste. La sanidad se ha privatizado, la honestidad administrativa cede el paso a una corrupción institucional de grandes dimensiones. Empresarios y clase política convergen en una bacanal consumista, de lujo y ostentación. Una verdadera plutocracia. Como bien señala Pablo González Casanova, la larga noche del neoliberalismo no ha concluido; Chile es buen ejemplo. La vía chilena al socialismo sigue siendo una alternativa, reivindicarla es de justicia.