Ese día el propietario de un hotel salió enfurecido disparando una guacharaca. Recibió perdigones en el rostro y al sentir la sangre pensó que todo había acabado.
Fueron tres años de encierro hasta que el aliento de una amiga y las canciones que a diario escuchaba en la radio le dieron ánimo para empezar su proceso de recuperación.
Hoy, 22 años después, es el primer profesor invidente en salsa en Cali. Es un ejemplo para sus alumnos, que también carecen de la vista.
“Paso adelante, pie de punta, brazo derecho arriba, movimiento para ese lado”, dice en las clases frente a su grupo, algo inimaginable en los primeros años, cuando incluso en tres ocasiones intentó suicidarse.
Esa noche fue trasladado al Hospital Universitario del Valle. Ahí estuvo tres días y luego fue trasladado a la antigua clínica Rafael Uribe, del desaparecido Instituto de Seguros Sociales. A los 12 días fue dado de alta.
Su angustia apenas empezaba. Siguieron tres años de encierro. Su desespero lo llevó a tomar veneno y arrojarse al Cauca. “Gracias a Dios, el padre, seguí vivo”, comenta.
Cuenta su origen humilde y luchas desde niño. Con nueve hermanos, creció en Puerto Mallarino. Su mamá lavaba ropa y el padre hacía trabajos de construcción y otras veces hacia de pescador en el río Cauca.
Solo hizo la primaria y recuerda que de muchacho se metía al río a sacar cadáveres y quería aprender criminalística.
Una tarde, caminando de la mano de un hermano, se encontró con Luz Marina Valencia, también invidente, quien le dijo que la vida no estaba terminada y que aprovechara para apoyar a personas con discapacidad.
Luz Marina le dio clases de baile y le insistió que fuera a jugar fútbol con otros invidentes.
Desde entonces fue uno de los más asiduos a los ‘picaos’ en la Universidad del Valle y volvió a nadar.
Sin vista ha tenido tres hijos con distintas compañeras. Katherine, de 20 años; Olmer, de 19; y Merlin, de 12 son su alegría.
Ahora a los 45 es un ejemplo de superación. Un amigo le enseñó culinaria. Siguió sus estudios y llegó a cuarto de bachillerato para ingresar al Sena en el anhelo de ser guía turístico del Valle y terapeuta corporal en la academia Margola.
Siguió su incursión como alumno de salsa. Le agradece el aprendizaje al profesor Jhon Diez y también a la secretaria de Cultura, Sandra de las Lajas Torres, por la oportunidad de dictar talleres en el centro y la comuna 13 del Distrito de Aguablanca.
Ahora sorprende con los más de 20 pasos que enseña, con vueltas y alzadas. Sonríe porque es profesor y bailarín.
Su canción preferida es una de Pedro Arroyo que dice: “vaya forma de saber que aún quiere llover sobre mojado. Un obrero me ve y me llama artista, noblemente me sube a su estatura con esa bondad mi corta vista…mañana volveré con nuevo impacto del sol que me da vida y me la quita”.
Olmer empezó su aprendizaje como bailarín de salsa hace cinco años. Acudía a talleres en la Sala Jorge Luis Borges del Centro Cultural de Cali. En la orquesta Antorcha, dirigida por Gabriel Preciado, vieron que podría impulsar un grupo de bailarines.
Como alumnos y artistas del grupo están ahora Rosa, Ligia, Marina, Edison, Efraín y James, quienes perdieron la vista por enfermedades, menos James, quien recibió un tiro que le cruzó la cabeza.
Tienen montajes con los discos Cali pachanguero y Del puente para allá, entre otras canciones. Uno de sus sueños es presentarse fuera de Colombia.
Olmer habla de crear un semillero de bailarines invidentes en la ciudad, pero sobre todo de la superación.(el tiempo – redacción Cali)