En la Crisis de los Misiles, Washington no tenía donde esconderse

El 22 de octubre de 1962, el presidente John F. Kennedy se dirigió a la nación. El mensaje era aterrador:
“Este Gobierno, como había prometido, ha mantenido el más cercano de vigilancia de la acumulación militar soviética en la isla de Cuba. Durante la semana pasada, la evidencia inconfundible ha establecido el hecho de que una serie de emplazamientos de misiles ofensivos está ahora en preparación en esa isla prisionera. El objeto de estas bases no puede ser otro que proporcionar una capacidad de ataque nuclear contra el hemisferio occidental”.

Una semana antes, un avión espía de Estados Unidos había sobrevolado el espacio aéreo cubano y tomó fotografías de bases secretas.
Lo que se había temido durante más de una década de Guerra Fría estaba a puertas: la posibilidad de un devastador conflicto nuclear entre las dos superpotencias.
Pero no porque se hubiera anticipado, estaba todo preparado: eran pocas las precauciones que Washington había tomado para proteger a la ciudadanía y para que al menos parte de ella pudiera sobrevivir el residuo radioactivo que dejaría un ataque.
Hasta los planes mismos para garantizar la continuidad del gobierno en el evento de una catástrofe eran cuestionables.
No obstante, cuando el entonces presidente Kennedy impuso un bloqueo naval alrededor de la isla comunista y luego se dirigió a la nación para hablar sobre la gravedad del mano a mano con los soviéticos, fue firme pero mantuvo el control y la calma tanto en sus acciones como en sus palabras.
Por diseño o por accidente, fue lo mejor que pudo suceder pues no hubo un pánico desbordado y la ciudadanía continuó en sus quehaceres diarios sin enterarse lo cerca que se estuvo de la aniquilación total.

 

 

Poca preparación

A comienzos de los años 60, Washington DC -y la nación entera- estaba muy mal preparada para una catástrofe nuclear. No se habían adecuado estructuras para la protección civil en caso de un ataque atómico.
Hasta apenas 1960 se había emitido el primer y único permiso para construir un refugio antinuclear, 15 años después del lanzamiento de bombas atómicas sobre Japón.
La verdadera preocupación sobre la necesidad de estar mejor preparados vino a comprenderse después de la crisis desatada por la construcción del Muro de Berlín, el ejemplo más patente de la tensión entre EE.UU. y la URSS, cuando el presidente Kennedy se refirió a la posibilidad de “un ataque irracional, un cálculo accidental que no puede ser previsto o evitado”.
Ese discurso alarmó a la ciudadanía, se elevó el interés en preparar espacios que pudieran servir de refugio para la ciudadanía y en reforzar la defensa civil. El Congreso designó US$200 millones para designar lugares en todo EE.UU. que pudieran servir no tanto para proteger contra la explosión termonuclear inicial sino para sobrevivir la eventual radiactividad.
Según David Krugler, profesor de historia de la Universidad de Wisconsin, Plattsville, y autor del libro “Ésta es solo una prueba: Cómo Washington DC se preparó para una guerra nuclear”, el gobierno había identificado unos mil edificios en la capital como adecuados para proteger de la radiactividad pero solo unos 100 se habían licenciado para este efecto.
“La licencia no quería decir que servían para algo, apenas que los dueños de los predios habían dado permiso legal para ese uso. Eran espacios vacíos, ninguno tenía provisiones de ningún tipo”, le contó el autor a BBC Mundo.

Futilidad

Ésa era la situación cuando estalló la crisis de misiles en Cuba en octubre de 1962, cuando Kennedy exigió el desmantelamiento de las ojivas mientras que los soviéticos enviaron su flota al Caribe para una confrontación con el potencial de desatar un Armagedón.
Para el 25 de octubre, el momento álgido de la crisis, había apenas cinco refugios en Washington que habían sido demarcados y que estaban aprovisionados de agua y latas de alimentos de alto contenido calórico.
Uno de ellos estaba en el auditorio departamental en el centro de la ciudad, otro en un túnel que conecta el Capitolio con los demás edificios del Congreso y otro era la estación central ferroviaria que tenía un techo de vidrio. “Su efectividad para ofrecer protección era prácticamente nula”, asevera Krugler.
Los misiles SS-4 soviéticos podían alcanzar a Washington DC desde Cuba en 15 minutos, lo que no daría tiempo alguno para evacuar, le explicó el académico a BBC Mundo. Las ojivas de cada misil tenían una potencia de un megatón (un millón de toneladas de TNT) y una amplitud de destrucción total en un radio de dos y medio kilómetros. Eso sin contar el calor mortal que irradiaría la explosión, los incendios y otros daños. Ni hablar de la radiactividad.
“La estación de tren estaría acabada, el Capitolio acabado, cualquier espacio designado como refugio -no sólo en Washington sino en el resto del país- que recibiera un ataque quedaría completamente destruido”, explica Krugler.
Mucha gente reconoció la futilidad de las medidas de protección tomadas por el gobierno. Sin embargo, tomaron algunas precauciones y se aprovisionaron de agua y comida, pero no hubo pánico generalizado.

Plan de evacuación
El profesor de la Universidad de Wisconsin propone que la apatía venía de las mismas instituciones oficiales creadas para proteger a los ciudadanos. Una de estas era la Defensa Civil, una organización de voluntarios que sufría de bajos recursos crónicos y falta de personal.
Después del mensaje de Kennedy del 22 de octubre, la gente empezó a llamar a la oficina de la Defensa Civil para ofrecer sus servicios pero no obtuvieron respuestas muy alentadoras.
Según Krugler, el director de esa oficina era un antiguo compañero de armas del general George Patton -héroe de la Segunda Guerra Mundial- y familiarizado con todos los aspectos de una guerra. Éste se limitó a decir que los refugios antiradioactivos en Washington eran prácticamente inexistentes.
Por otra parte, cuando algunos padres consultaron con la superintendencia de escuelas públicas sobre si recoger a sus hijos en caso de que la crisis empeorara, ésta anunció que no deberían hacerlo pues crearía caos y confusión. Las escuelas mismas los protegerían.
Entre bambalinas, el gobierno había discutido varias veces estrategias para preparar al gobierno federal, sobre todo la rama ejecutiva y el ejército, para conducir evacuaciones hacia sitios protegidos donde un grupo limitado podría continuar con un mínimo de funciones.
Se conocía como el Plan Conjunto para Evacuación de Emergencia. La meta básica era designar sitios en los que se podría recoger al presidente en helicóptero y llevarlo a una base subterránea lo más rápidamente posible.
Uno de estos sitios todavía existe en Mount Weather, Viriginia, a unos 80 kilómetros de Washington. El Departamento de Defensa también construyó uno cerca de Fort Ritchie, en Maryland, y el Congreso tenía uno designado en el Hotel Greenbrier, en Viriginia Occidental.

Evitando el pánico
Pero los planes de evacuación eran largos y complicados. El que comprendía la Casa Blanca tenía más de 200 páginas y, en algunos casos, se les había prestado poca atención.
El Congreso, por ejemplo, no estaba en sesión durante la crisis de octubre, lo legisladores estaban en sus respectivos distritos haciendo campaña para las elecciones que se avecinaban. Uno de los sitios designados como refugio dejabo del Capitolio estaba siendo pintado y los pintores continuaron con su labor como si nada. Lo giras para turistas que visitaban el incónico edificio continuaron también.
Si el plan de evacuación hubiese sido implementado tan pronto los misiles hubiesen sido disparados desde Cuba, según David Krugler, no habría habido tiempo suficiente para escapar de la explosión inicial.
Así que Kennedy y otros funcionarios enfrentaban el dilema de que, si evacuaban con anticipación, sin duda se generaría un pánico descontrolado.
Las acciones y las palabras que adoptó Kennedy estuvieron diseñadas para asegurarle a la ciudadanía que el conflicto se resolvería pacíficamente y según los términos que impondría Estados Unidos.
La estrategia funcionó. Los soviéticos desmantelaron las bases de lanzamiento y se llevaron sus misiles. Los ciudadanos estadounidenses siguieron con sus vidas sin mayor sobresalto y el mundo respiró. (BBC)

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