Estas palabras suponen una marcha atrás en el tiempo, una especie de revival emocional en un momento en el que en Venezuela se escucha un runrún jamás sentido en los 14 años de revolución bolivariana. Observadores de ambos lados estiman que el opositor Henrique Capriles sigue creciendo en su intención de voto, mientras Chávez, estancado, lucha por arrancar apoyos en la clase media y en los jóvenes. Eso sí, oficialistas y opositores difieren en la distancia que separa a ambos: más de 15% para los primeros, muy estrecha para los segundos.
El nuevo llanto recordó al que conmovió al país en Semana Santa, cuando, en medio de su tratamiento tras la tercera intervención quirúrgica en La Habana, Chávez lloró y suplicó más tiempo de vida.
Nada hacía presagiar otro arrebato emocional de Chávez, que en junio aseguró hallarse totalmente recuperado del cáncer del que ha sido operado en tres ocasiones en los últimos 15 meses. Incluso en el discurso de Apure, que pronunció arropado por una campera cuando en las tierras llaneras el termómetro superaba los 30 grados, reconoció que sus condiciones físicas no son las mejores. “Pero seguiré echando el resto. Como se sabe, yo ahora no puedo caminar por las calles”, dijo el comandante golpista.
En lo que va de campaña, Chávez se vio obligado a “desaparecer” cada vez que realizaba un gran esfuerzo, ya fuera tras el accidente de Amuay o tras los actos de La Guaira o Caracas. Desapariciones totales o mitigadas en parte con llamadas telefónicas a sus programas de televisión favoritos, incluso a la rueda de prensa de su partido, el Socialista Único de Venezuela (PSUV). Una nueva táctica comunicacional inventada por uno de los presidentes más mediáticos del planeta: llamar a tu propia conferencia de prensa y, desde un punto desconocido del Palacio de Miraflores, contestar a las preguntas de algún periodista y dar pie a sus correligionarios.
El acto de Apure es “su más clara confesión de lo mal que está”, indicó ayer Nelson Bocaranda, el periodista venezolano que reveló los intríngulis del cáncer de Chávez. Desde hace un par de semanas, Bocaranda insiste en una recaída presidencial, que incluso lo habría llevado a viajar a escondidas a La Habana. Chávez desmintió rotundamente estas informaciones.
El que no se conmovió con las lágrimas de Chávez fue su rival, Capriles. “¿Por qué Chávez no lloró en Amuay en vez de decir que el show debe continuar?”, disparó ayer Capriles durante un nuevo acto multitudinario en Caracas. “Él llora por sí mismo, pero ¿quién llora por las madres que velan a sus hijos en las funerarias, producto de la violencia”, insistió el candidato opositor.
Capriles recordaba así las muy polémicas declaraciones de Chávez durante el funeral por los 42 muertos en el accidente de la refinería petrolera. “La función debe continuar -aseveró el presidente aquel día-. Todos estos muertos resucitan cada día con la victoria de la patria.” Palabras en las antípodas existenciales de las pronunciadas anteayer y que al instante revolvieron a los opositores en las redes sociales.
En una onda parecida se movió Capriles, que endureció su discurso y ganó atrevimiento a lo largo de la campaña, arropado por la respuesta masiva que encuentra en su carrera diaria a lo largo y ancho del país. El ex gobernador de Miranda incluso se ha atrevido a retar de nuevo a Chávez, pidiendo “una horita para debatir”.
Un in crescendo paralelo a la “guerra sucia” orquestada por el oficialismo y que alcanzó su punto más álgido la semana pasada con la emisión del video en el que Juan Carlos Caldera, relevante político de la oposición, recibía 10.000 dólares de manos de Wilmer Ruperti. Para enredar aún más la situación, es conocida la relación de este empresario petrolero con Chávez. Enriquecido en la última década a la sombra del gobierno bolivariano, Ruperti incluso regaló a su admirado líder las pistolas de Simón Bolívar, que habían costado 1.600.000 de dólares en subasta años anteriores. (Reuters)