El sueño de un trabajo digno atrae a muchos migrantes de regiones brasileñas pobres e incluso de países vecinos a tentar la suerte en metrópolis locales, y en ocasiones se vuelve una pesadilla.
El trabajo esclavo era un delito persistente en zonas rurales, en la ganadería, la zafra azucarera y la explotación de carbón, pero se trasladó a la industria textil y de la confección. La mutación dificulta el combate y las denuncias, coinciden especialistas consultados por IPS.
Cícero Guedes sobrevivió varias décadas de trabajo en condiciones esclavas, como otros miles de campesinos brasileños que se trasladan por todo el país y caen víctimas del trabajo forzoso.
“Trabajé muchas veces con hambre, sin nada que comer. Nadie aguanta trabajar todo un día sin comer. Mi almuerzo era chupar caña, el sufrimiento queda en el rostro. Trabajé en haciendas, ingenios, plantas, y el pago era casi nada”, contó a IPS durante un encuentro del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST).
Nacido en el nordestino estado de Alagoas, Guedes comenzó a trabajar a los ocho años. Sin formación alguna, pasó a recorrer el país para trabajar en los latifundios de caña de azúcar.
“Trabajé, trabajé y no veía cómo mejorar. La esclavitud es cuando a una persona no le respetan su dignidad y es humillada”, dijo.
En 2002, gracias a la reforma agraria, logró asentarse en el norte del estado de Río de Janeiro con su mujer y sus tres hijos.
Pero el 25 de enero de 2013, Guedes lo acesinaron a balazos a los 58 años cerca de la planta azucarera Cambahyba, en el municipio Campos dos Goytacazes, en el norte de ese estado. Allí coordinaba la ocupación del MST de un complejo de siete fincas azucareras de 3.500 hectáreas.
Desde hace casi 20 años, Brasil reconoce la existencia del trabajo esclavo en su territorio. Se lo llama formalmente “trabajo análogo al de esclavo”, porque la esclavitud como tal fue abolida en Brasil en 1888.
Hoy se incurre en prácticas abusivas de reclutamiento que derivan en la servidumbre por deudas y la supresión de la libertad.
Brasil ratificó en 1957 el Convenio sobre Trabajo Forzoso de la OIT, con lo que se comprometió a erradicarlo y a promover el empleo decente.
Pero tan solo en 1995 este país creó un sistema público de combate a este delito. Entre ese año y 2012 fueron rescatados 44.415 trabajadores en situación de esclavitud y las víctimas recibieron 35 millones de dólares en indemnizaciones.
Desde 2010, según el ministerio, se rescatan unos 2.600 trabajadores por año.
Según Machado, la Organización de las Naciones Unidas está atenta a que este delito se dispare en el marco de la Copa Mundial de la FIFA (Federación Internacional del Fútbol Asociado), que se celebrará en Brasil entre el 12 de junio y el 13 de julio, y de los Juegos Olímpicos que acogerá Río de Janeiro en 2016.
“Esos grandes eventos atraen trabajadores para la construcción de estadios e inmigrantes. También hay un impacto social de las grandes obras, en relación con la explotación sexual e incluso el trabajo infantil”, explicó.
“Estamos alerta y hemos negociado acuerdos con el gobierno y el sector privado para la promoción y la garantía del trabajo decente”, argumentó.
Tan solo este año, hubo numerosas operaciones de rescate promovidas por el Grupo Especial de Fiscalización Móvil del Ministerio del Trabajo. El 4 de este mes, descubrió en el puerto de la nororiental ciudad de Salvador de Bahía, que el crucero de lujo MSC Magnifica mantenía a 11 trabajadores en condiciones inaceptables.
Según las autoridades, los empleados trabajaban 11 horas diarias y sufrían “acoso moral, humillaciones, castigos y hasta acoso sexual”.
El crucero pertenece a la compañía italiana MSC Crociere, una de las mayores del mundo en el sector.
El 20 de este mes, un tribunal brasileño rechazó una apelación de Zara, del grupo español de confección y tiendas de ropa Inditex, sobre su responsabilidad en la situación de esclavitud que en 2011 padecían 15 trabajadores en talleres de confección de su ropa.
La firma transnacional argumenta desde entonces que desconocía las irregularidades, cometidas por una de sus 50 contratistas en este país. Pero el tribunal sentenció la “responsabilidad directa” de Zara y pidió incluirla en una lista de empresas con prácticas abusivas, lo que no se materializó porque la empresa volvió a recurrir.
En marzo, se liberó a 17 peruanos de un taller textil en la sureña ciudad de São Paulo. Los inmigrantes trabajaban más de 14 horas diarias, sin descanso semanal, con cámaras que vigilaban todas sus actividades y con sus documentos retenidos por los dueños de la compañía.
Tenían entre 18 y 30 años y ganaban 1,03 dólares por cada pieza confeccionada, que después se vendía en las tiendas de ropa en unos 45 dólares.
El representante de la OIT admitió que hay una nueva tendencia de explotación laboral en la que las víctimas son sobre todo extranjeras.
“Hay un contingente grande de bolivianos, paraguayos, peruanos y, recientemente, de haitianos, que llegan en busca de un sueño y de la oportunidad de una mejor vida. Buena parte entra al país de forma irregular y teme su deportación”, afirmó Machado.
El miedo a las autoridades crea un “pacto de silencio” entre los inmigrantes, que no denuncian a sus empleadores, lo que dificulta la fiscalización, que se activa cuando hay denuncias.
Los esclavizados tienden a ser jóvenes mestizos de entre 18 y 35 años, pero en el medio urbano aumentan las mujeres y los niños en talleres clandestinos de costura.
Pese a la nueva ruta de la neoesclavitud, este delito sigue predominando en el área rural. Campos dos Goytacazes, de 463.000 habitantes, obtuvo en 2009 el deshonroso título de “capital nacional” del trabajo esclavo.
“Ese año se llevó a cabo el rescate más numeroso de cortadores de caña en Brasil. Durante la zafra, en un solo ingenio azucarero puede contratarse cada año a 5.000 trabajadores, y los que vienen de afuera quedan atrapados y se endeudan para sobrevivir, en una gran precarización”, contó a IPS la asistente social Carolina Abreu, de la Comisión Pastoral de la Tierra, parte del Comité Popular para la Erradicación del Trabajo Esclavo en el Norte Fluminense.
En 2009, el Ministerio del Trabajo rescató a 4.535 personas esclavizadas y solo en Campos de Goytacazes descubrió 715 casos. “Por eso (el municipio) ganó el campeonato. Además de la caña, hay irregularidades en cultivos de piña y en la ganadería. Los trabajadores no tienen contrato y lo que ganan no alcanza al salario mínimo (320 dólares)”, dijo Abreu.
El fantasma de la mecanización en los cañaverales asusta a los cortadores de caña, que temen perder su trabajo y por eso aceptan jornadas extenuantes. Según la Pastoral, un trabajador corta entre siete y 10 toneladas diarias.
Son frecuentes los accidentes laborales. Al hospital municipal donde trabaja Abreu, en Travessão, un área rural de Campos, llegan en promedio 70 accidentados con cortes de machetes por año.
Además, están los casos de cortadores que ingresan por calambres debido al esfuerzo repetitivo, y que no son registrados como accidentes laborales.
“Muchos llegan para juntar algo de dinero que mandar a su familia, porque en su región de origen no hay trabajo. Viven en la miseria absoluta, están subalimentados y exhaustos”, se lamentó Abreu.