A la vez, las dos crisis son muy distintas, tanto por el peso relativo de los actores involucrados como por las posibles consecuencias que podría tener una escalada militar en ambas zonas. En ese sentido, el conflicto ucraniano es claramente el más grave y trascendente para la estabilidad del sistema internacional.
Empecemos haciendo un breve resumen sobre cómo se llegó a la situación actual. En el caso ucraniano, hallamos un país fragmentado tanto étnica como lingüísticamente entre el oeste mayoritariamente ucraniano y el este-sudeste mayoritariamente ruso. En religión, el oeste es católico, y el este, ortodoxo. Dos tercios de los ciudadanos ucranianos son de etnia ucraniana, cuya primera lengua es el ucraniano (aunque la mayoría son bilingües), mientras que un sexto son de etnia ucraniana cuya primera lengua es el ruso. Por el otro lado, un sexto es étnica y lingüísticamente ruso. Todo ello, sin mencionar la sangrienta historia de invasiones y conquistas territoriales que ha sufrido el país desde lugares como Austria, Polonia o Lituania; las cuales pueden remontarse hacia el siglo XIV (lo que significa que en toda su historia solo han gozado de 23 años de vida independiente, justamente los que siguieron a la desintegración de la URSS). Ésta fue la situación sobre la que reposó la Ucrania postsoviética, y su estabilidad interna hasta el momento se había basado en un consenso de élites por el cual se comprometían a no jugar con estas divisiones por motivos electorales. Se entiende entonces que las protestas ucranianas de noviembre del 2013, si bien tenían como objetivo concreto la firma de un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, en el fondo lo que cuestionaban era la identidad cultural del Estado ucraniano; no como parte de Eurasia, con Rusia y el resto de países del Cáucaso y el Asia Central, sino como parte integral del llamado “Occidente”, al lado de la Unión Europea y sus valores de libertad política, democracia y derechos humanos. Al menos, así se suponía.
A diferencia de Ucrania, cuyo conflicto se debe principalmente al choque de identidades culturales y geopolíticas oeste-este, en Venezuela está muy clara la identidad del país como latinoamericano, andino, llanero, amazónico, caribeño y productor de petróleo. Esto es evidente, y ningún sector político del país lo ha puesto en discusión1. Las protestas venezolanas son bastante más familiares para nosotros por basarse principalmente en la situación económica y social del país. Tras 13 años de “chavismo”, y uno de “madurismo”, los consensos básicos sobre los que se ha levantado la llamada Quinta República están quebrándose debido a la incapacidad del Estado venezolano para canalizar las rentas del petróleo en reformas institucionales concretas que permitan resolver dos problemas fundamentales: el de la escasez de productos de primera necesidad y el de la terrible inseguridad ciudadana que azota el país desde hace muchos años, incluso antes de la llegada de Chávez al gobierno. En este marco, a continuación señalamos las principales semejanzas y diferencias entre ambos conflictos.
¿Conflicto interno o conflicto internacional?
La primera diferencia que podemos señalar es con respecto al carácter doméstico del conflicto. Por más que Maduro quiera forzar la idea de una conspiración internacional orquestada por los Estados Unidos contra su país, es innegable que el día de hoy la tendencia de la Revolución Bolivariana no es a su expansión, sino a la lucha por su preservación en el poder, así como por superar los problemas de desabastecimiento e inseguridad preservando a la vez los logros en materia social de los últimos años2. En ese contexto, y mientras el flujo petrolero hacia los Estados Unidos se mantenga constante3, no habría mayores incentivos por parte de los estadounidenses para intervenir en Venezuela armando a opositores como lo hicieron en Libia o Siria. (De hecho, los niveles de ayuda económica estadounidense a Venezuela son de los más bajos de la región: US$6 millones por año, a diferencia de los más de US$500 millones que en promedio se destinan a Colombia o México.) Sea como fuere, es innegable que en la Casa Blanca como mínimo verían con beneplácito una eventual caída del gobierno de Maduro y una transición democrática dirigida por la oposición (a pesar del escaso compromiso con un golpe de Estado similar al del 2002, habría que ser ingenuo para negar que actualmente los estadounidenses mantienen permanente contacto diplomático con actores clave en el conflicto). Ucrania es diferente, dado el claro interés tanto de los Estados Unidos como de la Unión Europea de lograr el control de esa zona clave del mundo. Bastaría recordar la promesa incumplida que el presidente George H. W. Bush le hizo a su homólogo soviético Mikhail Gorbachov de no aprovecharse de la caída de la URSS para expandir su “perímetro de seguridad” hacia el este. Hoy, varios países de la exórbita soviética pertenecen tanto a la Unión Europea como a la OTAN (la cual, no nos engañemos, sigue siendo esencialmente una alianza militar antirrusa)4; por lo que la acción de Rusia en Crimea no fue a causa del capricho paranoico de un líder totalitario, sino la respuesta desesperada de una potencia emergente frente a una innegable amenaza territorial. La (i)legalidad de esta acción y sus consecuencias para el Derecho Internacional serán motivo de discusión en otro artículo.
Bandos opuestos por razones distintas
Otra diferencia radica en los clivajes políticos que separan a los bandos en conflicto. En términos generales, el conflicto ucraniano ha tomado forma bajo líneas divisorias como: “Pro-Occidentales vs. Pro-Asiáticos” y “Pro-Unión Europea vs. Pro-Unión Eurasiática”; mientras que el conflicto venezolano no ha dividido a la población en torno a identidades culturales, sino políticas y de clase: no solo “chavistas versus antichavistas”, sino también “ricos versus pobres”. En Ucrania los movimientos de base son multiclasistas y multirraciales a pesar de las profundas brechas étnicas existentes en el país (y, al parecer, incluso los partidos neonazis son bastante “democráticos” en odiar a judíos y rusos por igual, con o sin dinero). Por el contrario, en Venezuela es bastante evidente la relación entre posición económico-social y posición política frente al gobierno (fuera de la llamada “boliburguesía”, que se hizo rica bajo el manto protector del gobierno); muy diferente al fujimorismo, que logró impulsar duras reformas neoliberales manteniendo amplios márgenes de aceptación entre los sectores más pobres (al menos en sus primeros años). Según un reciente informe escrito por el economista Mark Weisbrot para el The Guardian (recomiendo su lectura), la protesta incluso no solo no abarcaría a la mayoría de sectores pudientes del país, sino que se limitaría a algunas pocas zonas como el distrito Altamira, por lo que la situación no ameritaría una intervención internacional.
El “facho” es el otro
Tanto Nicolás Maduro como, en su momento, Viktor Yanukovich, tenían muy claro cuál era el perfil político del opositor promedio: militantes de extrema derecha financiados desde el exterior (ya sabemos por quién, obviamente). Desde inicios de la era chavista (y especialmente luego del golpe de Estado del 2002), el oficialismo venezolano incorporó un amplio glosario para clasificar a sus opositores (“fascistas, apátridas, pitiyanquis, escuálidos, etcétera”) como enemigos de la Patria y la Revolución. De igual manera, Yanukovich, quien satanizó y reprimió con extrema crueldad a los primeros opositores que aparecieron en el Euromaidán, generando nuevas resistencias y un mayor antagonismo hacia su gobierno.
Lo cierto es que, a diferencia de Maduro, las preocupaciones de Yanukovich estuvieron bastante justificadas. Luego de su derrocamiento a finales de febrero, Ucrania es ahora el primer país de Europa en el que fascistas y neonazis están en el poder desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que el gobierno interino esté presidido por Alexander Turchinov (líder moderado y hombre de la exprimera ministra Yulia Timoshenko). El partido Svoboda, que se reclama heredero de la Unión de Nacionalistas Ucranianos de Stepan Bandera5, controla varios altos cargos, entre ministros, viceministros y jueces. Oficialmente, Svoboda busca “purificar” la sociedad ucraniana, persiguiendo a homosexuales, prohibiendo los derechos reproductivos y llamando a la expulsión de rusos, judíos y comunistas del país. Al igual que Svoboda, el Sector Derecho también toma a Bandera como referente ideológico; pero, a diferencia de éste, más que un partido político (Svoboda fue fundado en 1991), es un movimiento extremista nacido a la luz de las protestas del Euromaidán, que busca distanciarse del resto de partidos y movimientos opositores ucranianos, incluido Svoboda. También han asumido algunos cargos públicos y sus militantes recorren las calles de Kiev encapuchados y armados con rifles, bates de béisbol, palos, piedras y antorchas. Éstos, y otros grupos más, están disputándose actualmente espacios políticos en todo el país luego de la salida de Yanukovich, y no tienen reparos en amedrentar a quienes se opongan a ellos, sean éstos funcionarios del gobierno anterior o simples civiles de a pie en desacuerdo con sus métodos. Fue esta clase de grupos los que atizaron la violencia contra el gobierno (dejando a los opositores demócratas en segundo plano) y, lamentablemente, son ahora los que determinarán la nueva vida política ucraniana, así como sus posteriores relaciones con Rusia (hace unos días, el líder del Sector Derecho llamó a sabotear los oleoductos rusos que pasan por territorio ucraniano de no llegarse a una solución diplomática con Moscú).
En Venezuela, las protestas más violentas siguen limitándose a los barrios de clase media y alta del país, mientras que los activistas opositores que actúan en las zonas más pobres han evitado recurrir a medios violentos para no antagonizar con la población, chavista en su gran mayoría e indiferente frente a las protestas
Volviendo a Venezuela, la situación es bastante más “tropical”, por así decirlo. Nicolás Maduro estaría feliz de ver a María Corina Machado y a Henrique Capriles vistiendo uniformes militares con esvásticas e invocando a sus fasci di combatimento a volar en pedazos el Palacio de Miraflores. Lamentablemente para él, la oposición venezolana está bastante más políticamente fragmentada, y, a la vez, sus reclamos son mucho más justificados de lo que él creería. Tras un ascenso del voto antichavista durante las elecciones del 2013, el cual casi lleva a la victoria a Henrique Capriles (a diferencia de las del año 2012, donde Chávez le ganó por casi 11% de diferencia), el horizonte electoral hacia 2018 ha disminuido bastante los ánimos de los sectores opositores y acrecentado las rencillas internas propias de gente que lo único que tiene en común es un enemigo. Todo esto ha limitado las posibilidades de una propuesta electoral que vaya más allá de las clases medias y altas que se beneficiaron luego de 40 años de alternancia entre “adecos” y “copeyanos”. Eso sí: aunque no haya neonazis en Venezuela, sí hay mucha guerra sucia de por medio en ambos bandos: sicarios motorizados, guarimbas, imágenes falsas circulando en redes como Facebook y Twitter (es innegable que si el nivel de confrontación fuera tan grande, no necesitarían de ellas), grupos de “autodefensa”, acusaciones mutuas de responsabilidad por muertos y heridos (es falso que todos los muertos sean solo de los opositores), entre otros. Dentro de los líderes políticos de las protestas venezolanas pueden distinguirse dos líneas muy claras, tanto por sus posiciones actuales como por sus antecedentes. La primera es la de Henrique Capriles Radonski, excandidato a la presidencia por el MUD, quien se ha mantenido al margen de los actos de desobediencia civil y hasta el momento solo ha apoyado las manifestaciones pacíficas de estudiantes. La segunda línea es la más radical, y es la que actualmente impulsa los esfuerzos por derrocar al Gobierno de Nicolás Maduro. Esta línea es liderada porLeopoldo López (inhabilitado para ejercer cargos públicos desde el año 2008 y hoy en prisión), y la diputada de la Asamblea Nacional, María Corina Machado. Ambos tienen amplios antecedentes de oposición al chavismo y participaron activamente durante las jornadas que condujeron al golpe de Estado del 2002, incluida su firma en el decreto que nombraba al empresario Pedro Carmona como “presidente de transición”. Las diferencias entre ambos sectores pueden remitirse hasta los días del golpe: a pesar de que Capriles se encuentra entre los firmantes del Decreto Carmona, no es claro el nivel de involucramiento que tuvo durante el proceso de golpe mientras ejercía el cargo de alcalde de Baruta; a diferencia de López y Machado, que se la jugaron por el cambio de régimen a cualquier costo. Igualmente, durante las elecciones parlamentarias del 2005, cuando la mayoría de opositores decidieron boicotear (no participar) de las elecciones a la Asamblea (facilitándole al chavismo el control absoluto de ese poder del Estado), tanto Capriles como Julio Borges y Carlos Ocariz (los tres, del Partido Primero Justicia) se mantuvieron en la posición de participar, con el objetivo de tener una presencia parlamentaria que pudiera hacerle frente a los futuros proyectos legislativos del chavismo. El tiempo se encargaría de demostrar quién tenía la razón.
Relevancia geopolítica distinta
Como ya dijimos, el conflicto venezolano, a diferencia del ucraniano, no es decisivo en el futuro del orden internacional, y su influencia se limita a la región latinoamericana. Venezuela es un país monoexportador cuya posición geográfica en Sudamérica no lo hace crucial para el mantenimiento de la hegemonía estadounidense en el mundo (a diferencia de la pequeña Panamá, que ameritó una invasión militar en 1989). A pesar de los continuos enfrentamientos diplomáticos entre Chávez y Bush-Obama, la venta de petróleo a precio de mercado a los Estados Unidos ha sido la principal fuente de ingresos que permitió al gobierno, entre otras cosas, cancelar su deuda con el Banco Mundial y el FMI, así como sostener su diplomacia petrolera y sus misiones sociales al interior. Todo lo contrario a Ucrania, por tratarse del último Estado tapón entre Rusia y la experiferia postsoviética ya incorporada a la OTAN (Polonia, la ex Checoslovaquia, los tres países bálticos —Rumania, Hungría y Bulgaria— son Estados miembros). Para Rusia, la salida al Mediterráneo a través del mar Negro y los estrechos turcos (Bósforo/mar de Mármara/Dardanelos) ha sido una prioridad que se remonta hasta las épocas de Pedro el Grande (1682-1725), por lo que poco después de la desintegración de la URSS, Rusia procuró asegurar la presencia de su flota del mar Negro en el puerto ucraniano de Sebastopol, la cual ha mantenido hasta el día de hoy. La razón: el acceso a las aguas tibias del Mediterráneo permitiría a la flota rusa estar activa durante todo el año, a diferencia de las aguas heladas del Ártico Ruso y el Pacífico Norte que impiden el tránsito fluido de sus barcos durante el invierno.
Control parcial en Venezuela, descontrol en Ucrania
Una represión desmedida siempre es signo de miedo y debilidad, y ya hemos visto cómo las respuestas de Maduro y Yanukovich han generado resultados distintos. Yanukovich tenía un país dividido, con lealtades internas poco más que dudosas, la desaprobación de los oligarcas ucranianos que se beneficiaron con las privatizaciones de la exURSS, y, finalmente, partidos neonazis a la ofensiva con apoyo de los Estados Unidos y la Unión Europea. Su poco calculada respuesta, oscilante entre la represión y la negociación tardía, generó la muerte de 88 manifestantes, según cifras oficiales, por lo que su salida del gobierno fue cosa de pocas semanas. En Venezuela, las protestas más violentas siguen limitándose a los barrios de clase media y alta del país, mientras que los activistas opositores que actúan en las zonas más pobres han evitado recurrir a medios violentos para no antagonizar con la población, chavista en su gran mayoría e indiferente frente a las protestas. Al respecto, Maduro ha demostrado una mayor capacidad de autocrítica que Yanukovich, pues ha destituido al jefe del SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia) por no acatar la orden de no acuartelarse y salir a reprimir a los estudiantes y opositores que marcharon el 12 de febrero, dejando 3 muertos; y, a pesar de todo, ello seguir manteniendo el respaldo de las Fuerzas Armadas y Policiales, de la petrolera estatal PDVSA, así como del resto del PSUV y de los grupos paraestatales (círculos bolivarianos y grupos de autodefensa local). En Venezuela los desbordes más violentos se deben más a la incapacidad del Estado para controlar a actores prooficialismo que actúan por cuenta propia dentro de la GNB (Policía Militarizada), así como a los grupos armados paraestatales (uno de los más conocidos, el de los Tupamaros, quienes reivindican a Néstor Cerpa Cartolini y al MRTA, a la vez que controlan amplios sectores de los barrios pobres de Caracas); así como a sectores radicales de la oposición que rechazan cualquier salida negociada a la vez que buscan agudizar la violencia y generar las condiciones para un golpe de Estado.
Anthony Medina