“Sólo el viento” , el largometraje de Benedek Fliegauf es una película tan dura como necesaria sobre el racismo y las crudas realidades sociales de Europa del Este.
Con apenas 5 largometrajes a sus espaldas, en los últimos 3, al director húngaro Benedek Fliegauf le ha dado tiempo de realizar incursiones tan desconcertantemente dispares como son el cine experimental, contemplativo y sensorial con ausencia de narrativa (Vía láctea), el género de la ciencia-ficción (Womb), y de denuncia política y social (como sucede en el filme que nos ocupa), que le supuso el Gran Premio del Jurado de La Berlinale 2012. Inspirado libremente en unos hechos reales acaecidos en Hungría entre el año 2008 y el 2009, un periodo de tiempo en el cual una banda de neonazis perpetró una serie de ataques violentos con cócteles molotov contra los gitanos de un poblado.
La historia narra de un modo espeluznante los acontecimientos que tienen lugar durante 24 horas en la vida de una familia gitana que vive en una chabola en un ghetto de la Hungría rural.
El director húngaro va cambiando la perspectiva de cada uno de los 3 personajes en sus actos cotidianos durante el día hasta que el pavor se apoderará de la comunidad gitana ante el miedo por una hipotética generalización de los ataques racistas cuando descubren que otra familia ha sido asesinada. Los 3 personajes principales deambulan en pantalla con sus cuerpos fantasmagóricos, dominados por la desesperanza provocada por la situación de estar siendo perseguidos simplemente por su origen, que unido a las precarias condiciones en que viven, rodeados de basura, dejan huella en su actitud depresiva, siempre caminando con la mirada perdida y la cabeza gacha, que sólo levantan cuando entran en alerta al girar en las esquinas o cuando escuchan el sonido de un vehículo que se aproxima.
Sólo el viento se presenta como un drama oscuro, incómodo (por la proliferación de la miseria y el racismo), y finalmente desalentador, que plantea algunas cuestiones trascendentes de carácter social y político, aunque se centre esencialmente en el aumento del extremismo de la ultraderecha en la Europa contemporánea, que sirve como fiel reflejo de la creciente preocupación por la triste proliferación de los partidos políticos de esa ideología en gran parte del viejo continente, pero tampoco se olvida del racismo menos radical que resulta casi tan violento psicológicamente como el de los neonazis.
El enfoque de Fliegauf destaca por el frío distanciamiento del que hace gala, mostrando los hechos a modo de voyeur (como sucede con tantos directores europeos de corte realista), rehuyendo de dar cualquier explicación a los orígenes de la violencia, y limitándose a exponer unos acontecimientos que deben ser juzgados por la audiencia.
El punto más fuerte (junto a la creación de la atmósfera desasosegante y su puesta en escena) son las actuaciones impresionantes de los tres protagonistas principales, todos actores no profesionales; una elección arriesgada que en muchas ocasiones es un lastre por las carencias interpretativas (como sucedía recientemente en la mexicana Aquí y allá del madrileño Méndez Esparza) pero que en la película húngara es un claro acierto de su director, ya que consigue dotar de plena autenticidad y credibilidad a sus silenciosos y espectrales personajes. Una película tan dura como necesaria.
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